sábado, 22 de mayo de 2010

Miércoles 19 de mayo.

Tal como dispuso el capitán, nos levantamos bien temprano para zarpar puntualmente a las 7 de la mañana. La tripulación se ha quedado en 6 miembros, ya que, a la vista de lo interesante de de San Vicente, que da mucho juego para hacer rutas de todo tipo, Julio y Charo han decidido aprovechar los tres últimos días del viaje para conocer bien la isla. El sábado por la mañana tomarán un vuelo que los llevará a Martinica, donde nos reencontraremos para volar a casa. Esperamos que encuentren algún ciber para que nos vayan poniendo al corriente de sus aventuras.

Travesía bien larga la de hoy para llegar desde el sur de San Vicente hasta el sur de la isla de Santa Lucía. 56 millas náuticas o 109 km en los que hemos invertido 8 horas de navegación. Al principio poco viento y más bin de proa. Poco más tarde y hasta el final del trayecto hemos tenido vientos de 24 a 26 nudos y entre 8 y 10 nudos de velocidad del barco. La navegación ha sido dura por las olas de 2-3 metros. Menos mal que esto del catamarán es muy estable. Pero han sido 8 horas aguantando el equilibrio, el tipo y la náusea.

Pero no todo han sido rociadas, olas, viento, lluvia, sol…en algunos trechos nos han escoltado los delfines. Ejemplares más pequeños que los del Estrecho de Gibraltar que daban grandes saltos a nuestro alrededor.

Finalmente llegamos a la bahía de la Soufriere (casualmente se llama igual que el volcán al que subimos). Trámites de aduana y de pasaportes. Comimos algo ligero en el barco y nos fuimos a tierra a visitar el pueblo y tomar una cerveza. Como el pueblo mira al oeste, de nuevo intentamos ver el rayo verde del sol poniéndose, con tan mala pata que la única nube que había en el horizonte se colocó justo delante del sol. Mañana habrá otro intento. Ya hemos quedado con el lugareño que nos auxilió con el atraque, Malcolm, para que nos acompañe mañana a la subida… ya estamos de nuevo con el montañismo… al llamado Pitón Grande, que es una de dos montañas gemelas que sobresalen del horizonte de la isla. Malcolm también nos traslada al puerto desde la boya en una motora de madera pintada de color a una velocidad de vértigo.

El pueblo de La Soufiere en el que nos encontramos tiene un sabor caribeño muy particular. Aquí no ves población blanca y la gente es muy amable. Ya hemos avistado unos cuantos restaurantillos de comida criolla, con unos precios que prometen, después de la experiencia de estos últimos días. Los personajes que brujulean por el puerto son para nota, muy entrantes y amigables. Mañana tendremos más experiencias que contar por esta zona, que promete y mucho

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