Parece que el cansancio se acumula y las levantadas matutinas se retrasan un poco. Las cinco de la mañana pasan a las 6 y a las 6:30, a veces a las 7, cuando el sol nos amenaza y nos obliga a embadurnarnos de protecciones solares. Que cuando menos lo piensas andas ya con el cerco de guerra.
La primera parte de la mañana la hemos dedicado a las compras en las tiendas del puerto, con escasos productos y a precios elevados. Pagamos con dólares caribeños (1 € como 3,30 $ caribeños) pues la zona euro sólo la hemos disfrutado en La Martinica. Nuestra lucha diaria es el hielo para refrigerar las neveras cuando el motor está parado, las cervezas y el agua que son bienes de alta necesidad en estás tierras donde siempre estás sudando.
Partimos hacia la isla de Canouán con amenaza de tormenta, aunque no imaginamos como se las gastan aquí. Vientos de 34 nudos y velocidad de la embarcación entre 8 y 10 nudos. Lluvia, viento, pantocazos durante 3 horas.
A la llegada y con los estómagos repuestos, nos lanzamos a las “papas aliñá” que habían preparado Belén y Arthur, con aceite de oliva de la tierra y a la manera nuestra.
A continuación del almuerzo nos acercamos al puerto de Charlestown Bay con el cielo muy nublado y denso. En este pueblo se repite el modelo de casa caribeña, hecha con tablones de madera, porche y tejado a dos aguas, decoradas con festones en las cornisas y cada una de ellas combinando alegres colores. Los vientos huracanados hacen estragos en estos poblados tan efímeros, pues parecen que construyen para solventar un estado de necesidad presente y a la espera del siguiente huracán. Continuando con el paseo, nos acercamos a una playa de la zona, donde vimos una tortuga de tierra bien talludita. Allí descubrimos muchas caracolas marinas en la orilla con colores espectaculares y que ahora decoran la cabina salón. En los paneles indicativos de los parque naturales nos informan que los muchos restos de caracolas y corales proceden de los destrozos realizados por los huracanes.
De vuelta al barco, nos espera la ducha en cubierta, que consiste en remojón en el mar, enjabonado y aclarado en el mismo mar con un toque de agua dulce para mejorar el aclarado. La cena de hoy ha sido un improvisado de salchichas con vino rematado con vino francés. Y para completar la tertulia una manita del juego “La Ciudadela”.
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